Texto y fotos: Mauricio Torres

El barrio Nigeria, en la isla Trinitaria, es una de las áreas más olvidadas y excluidas a nivel social y económico en Guayaquil. Su característica principal es su construcción demográfica, predominantemente afroecuatoriana.

Dado su nivel de pobreza y delincuencia, sus habitantes salen poco del barrio, especialmente para trabajar, y desde afuera muy poca gente los visita por miedo. En esta época de pandemia y cuarentena, esto se ha marcado aún más, logrando un fenómeno único: un número muy bajo de contagios.

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Si bien obtener números oficiales es un tema complicado, esto se palpa en las calles y en sus casas. Aquí han sido golpeados por el lado económico, ya que la gran mayoría vivían del día a día y hoy se encuentran sin trabajo y subsistiendo de ayudas de fundaciones o de familiares.

José recorre las calles de la zona de Nigeria, en el sur de Guayaquil.

María Vergara es la matriarca de una familia. Ella cree que tuvo COVID19, al igual que una de sus hijas (foto abajo). María vive junto a dos de ellas y los dos hijos de una de ellas. Cuenta que en la zona hay poca gente que ha sido contagiada y que solo pudo acceder a paracetamol durante su convalecencia.

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A pesar de los pedidos de permanecer en casa, la mayoría de habitantes de Nigeria permanece en las calles porque la pandemia no se ha sentido en esta zona y además para evitar el calor sofocante en sus pequeños espacios, densamente poblados. Los niños (foto abajo) también se divierten y huyen del calor.

Los mellizos Joel y José cuidan de su sobrina. Al igual que otros chicos de la zona tienen muy poco que hacer por las limitaciones en el periodo lectivo.

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Pastora Valencia y su nieto Lucas esperan en su tienda a clientes que no van a venir. Vendió todos los productos de primera necesidad y solo tiene a la venta artículos que sus vecinos (sin fuentes de ingreso) no alcanzan a comprar. No cuenta con dinero para reabastecer su local. Ella vive angustiada porque sufre de diabetes y no sabe cómo podrá conseguir las medicinas o atención médica necesaria.

Por 3 dólares los clientes de Javico, a quien llaman “El Casqui”, pueden hacerse un corte de pelo. Su negocio se ha mantenido a flote a pesar de la cuarentena.

José Luis, o "Tío Lupo", sale a pescar en su canoa. Este hombre de 60 años rema hasta el puerto, donde puede acceder a mejores lugares para pescar. Cuenta que se ha mantenido más que nada con lo que él mismo captura. En este caso, ha capturado una raya y la cocina a orillas del estero Salado.

Sonnia España dirige un centro comunitario, y un comedor, Ubuntu, desde donde coordina con fundaciones y la municipalidad para obtener y distribuir ayuda para sus vecinos. Dentro de estos programas, algunas mujeres de la comunidad se alternan para realizar tareas como cocinar y repartir canastas o comidas preparadas.

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Miembros de la fundación Karla Morales repartieron kits especiales por el Día del Niño. Estas ayudas son parte del esfuerzo de varias compañías quienes donan sus productos y lo canalizan a través de la fundación.

Vicente Rocafuerte es dueño de una panadería junto a sus hijos. A diferencia de sus vecinos, su negocio ha despegado y ha tenido que contratar a más personal. Uno de sus hijos dice que “por suerte, esto es algo que siempre van a tener que comprar”.

Luis Miguel trabajaba en la industria de pesca de camarón y se quedó sin empleo hace seis meses. Está contento porque en pocos días comienza a trabajar en una construcción. Él es de los pocos con trabajo formal en su comunidad. (I)