Filomena Baque, Ángela Analuisa, Juanita Zambrano, Julián Anchaluisa, Rosa Flores, Eduardo Guillén. Estos nombres no solo quedaron marcados sobre una cruz pintada en el asfalto de las calles F entre la 25 y 26, en el suburbio de Guyaquil, donde vivían, sino en la memoria de sus vecinos y seres amados.

Ellos murieron las dos primeras semanas de abril, época alta de la pandemia de COVID-19 en la urbe porteña, donde las escenas eran desgarradoras. Filas de vehículos con féretros encima en los exteriores de hospitales, cadáveres tirados en las calles, dramáticas llamadas de ciudadanos a los servicios de emergencia para que retiren el cuerpo de algún familiar en casa.

Este barrio suburbano no fue la excepción. Yolanda Paredes lleva viviendo 47 años en la F entre la 25 y la 26.

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La última semana de marzo, le diagnosticaron dengue. Su esposo, Eduardo Guillén, la acompañaba en su convalecencia.

Pero días después él también enfermó. “Mi esposo vino, me abrazó, él me decía ‘negra, estás que ardes en fiebre’, y yo le decía ‘déjame que te voy a pasar lo que yo tengo’, me abrazó, pero fue como un presentimiento, se despidió”, dijo ella.

El 31 de marzo en la noche, Guillén salió a comprar medicamentos para su esposa. Al retornar a casa, se quejó de un malestar en los huesos y le empezó a faltar el aire.

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“Le dije que se acueste, pero ya fue lo último, y al día siguiente a las seis de la mañana del 1 de abril murió. Mi hijo le fue a buscar oxígeno, pero fue en vano”, manifestó la mujer.

Guillén era jubilado, tenía 71 años, y tres días después de su muerte pudieron enterrarlo.

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En un inmueble diagonal a su casa, Juanita Zambrano, de 82 años, usaba un tanque de oxígeno para poder respirar.

Su hijo Walter Barzallo comentó que ella sufría de insuficiencia renal, era diabética e hipertensa. La última semana de marzo presentó fiebre alta, por lo que le practicaron exámenes, los cuales reflejaron que padecía de dengue y además tenía anemia aguda.

Luego también presentó dificultades para respirar, por lo que sus hijos le consiguieron un tanque de oxígeno.

“Recorrimos muchos hospitales, pero nadie la quería recibir, en ese momento estaba todo colapsado, era imposible ingresarla. Entonces una doctora nos ayudó aquí en casa, atendiéndola, pero su saturación era de 70”, dijo Barzallo entre lágrimas.

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El 4 de abril, Juanita falleció rodeada por sus familiares. “Suponemos que fue por COVID-19, porque en exámenes que le hicieron vimos que había afectaciones en uno de sus pulmones”, dijo Barzallo.

En su vivienda, la mayoría de integrantes también se contagiaron con coronavirus, pero lograron recuperarse del mal.

El dolor por estas pérdidas y el temor a contagiarse aumentaban la incertidumbre en la zona. En esas semanas, “el barrio parecía un lugar fantasma”, expresó Piedad Muñiz, una de las vecinas de la zona.

Su madre, Filomena Baque, se descompensó el 15 de marzo, al enterarse de que varios familiares habían muerto, y que otros estaban contagiados. Fue llevada de inmediato a un centro de salud, y luego, por su estado, la derivaron al hospital Abel Gilbert Pontón, en la 29 y Oriente, a pocos kilómetros.

“Ella estuvo un mes y un día internada. A mí me dijeron días antes que ya iban a pasarla a una sala porque estaba mejorando, pero el 15 de abril murió. Le dio un infarto. Fue muy doloroso, yo pasé junto a ella constantemente”, dijo Muñiz.

Luego vivieron momentos difíciles, pues no encontraban lugar donde enterrarla. Lograron encontrar un espacio en el cementerio de Nobol, y ahí sepultaron sus restos. El pasado domingo, Filomena cumplía años.

Su familia viajó a ese cantón para visitar su tumba, dejarle flores y rezar por ella.

El 16 de abril, un grupo de vecinos decidió honrar la memoria de los fallecidos en el barrio durante la época alta de la pandemia de COVID-19, y pintaron dos cruces blancas en la calle, con sus nombres y la frase ‘Dios, bendícenos’.

En horas de la noche se reunieron en medio de la calle, encendieron velas y las colocaron alrededor de las cruces.

El padre Kléber Barzallo, hijo de Juanita Zambrano, ofició una ceremonia religiosa especial en honor a los fallecidos. Entre lágrimas, los vecinos rezaron por esas almas.

Casi tres meses después, los moradores instan a la ciudadanía a respetar las medidas de bioseguridad. Por la pandemia, la vida cambió, dijeron. (I)